Nada malo se puede decir de una experiencia semejante, cuando eres recibido por una familia que dedica todo su tiempo a hacer tu estancia en su país lo más feliz posible. Ni siquiera la poco amable temperatura de Alemania corrompió aquellos ocho o nueve días, que se hicieron tan cortos. Cuando estás allí, metido de lleno en ese nuevo y prometedor estilo de vida, es inimaginable la vuelta a Zaragoza. Pero acabas volviendo y lo haces con el mejor recuerdo posible, con ganas de más. Por supuesto, el motivo era el idioma y puedo decir que todos somos ahora más germanos, en ese aspecto.
Pablo Solan Fustero ( alumno participante en el intercambio )